miércoles, 27 de marzo de 2019

Huída hacia adelante (III)


-          Nada, doctor. He seguido sus instrucciones a rajatabla y el ratón sigue ahí, vivo y coleando.
-          ¿Lo nota Vd.?.
-          Sí, sí. No tengo ninguna duda. Creo que hemos entrado los dos, al unísono, en un profundo sueño tras tomar la medicación que me recetó pero, pasados los efectos, creo que nos hemos despertado los dos a la vez.
-          ¿ Se tomó la dosis que le receté?
-          Sí, por supuesto.
-          Pues vaya dilema. Incrementarla no es recomendable porque entraríamos en zona de peligro vital. Tenemos que optar por otras soluciones…
-          Estoy preocupado, doctor. Esto tiene mala solución, ¿verdad?.
-          Voy a serle muy claro: muy mala. A nadie se le ha planteado un tema igual. No hay antecedentes en la historia médica de una persona que se haya tragado un ratón vivo y que permanezca en el estómago con la misma naturalidad con la que se movería en su hábitat natural.
-          ¡ Qué cosas me pasan !.
-          Y, por tanto, al no existir antecedentes clínicos, no existen soluciones para un problema que nunca antes se ha planteado. Tenemos que hacer innovación médica desde una pequeña clínica como si fuéramos un laboratorio experimental de una multinacional.
-          ¿Y si consulta a otros colegas?.. Por aquello de que cuatro ojos ven más que dos.
-          Me lo he planteado pero eso no depende exclusivamente de mí. Por mi parte, no habría problema porque, aunque en el gremio hay una competencia feroz y nadie pide ayuda o colaboración a otro médico de la competencia, tengo algún amigo que estaría encantado de participar en este reto tan original. Pero, ¿vd qué opina?.
-          ¡Yo que tengo que opinar?. Soy un simple paciente sin conocimientos de medicina.
-          No es ese el problema. Le quiero decir que si su caso es conocido toda la prensa se apostará alrededor de mi casa para conocerle, entrevistarle, hacerle fotos,…
-          ¿Tan grave es el tema?.
-          Además de grave, es inaudito. Ya le he dicho que nunca antes se había planteado algo igual. Eso es lo que interesa a la prensa. La gravedad es lo de menos porque cada día hay miles de casos graves. Pero alguien que tenga un ratón vivo en el estómago…
-          No creo que sea tan importante.
-          ¿ Estaría Vd. interesado en un hombre que se queda embarazado, o una persona que se pasea por la ciudad con su cabeza bajo el brazo, o un amputado al que de repente le crece la extremidad,…
-          ¿ Sería un milagro ?.
-          Vd. lo ha dicho: un milagro. Y los milagros, además de la iglesia, le interesan mucho a la prensa.
-          Pero… y perdone si le molesta mi osadía en estos momentos, los dos podríamos obtener beneficios de este asunto. Ese tipo de prensa tiene la cartera muy suelta a la hora de conseguir exclusivas. Vd y yo podríamos ser famosos, beneficiándonos de este caso tan original.
-          Mire, no he llegado aquí para poner mi prestigio profesional en manos de nadie. Además, y ya que toca el tema, todo tiene su lado bueno y su lado malo.
-          Aquí me he perdido, doctor.
-          Pues, con total franqueza, esto puede salir bien o mal. Si lo solucionamos, todos contentos. Pero si sale mal, yo quedaría en entredicho y vd…
-          Yo, muerto.¿no?.
-          No pensemos en esa solución. Yo no soy ningún médico forense y afortunadamente tampoco nunca me he visto en esa tesitura. Seamos discretos, por favor.
-          De acuerdo, confío en Vd.
-          Bien, vamos a ser sinceros. Nadie, como le he dicho, ha visto caso semejante en toda la historia médica. Tenemos que inventar una solución a un caso que antes nadie ha visto. No hay recetas ni medicamentos apropiados para su caso. Como le dije ayer, operar es una opción descartada porque el bicho ese le provocaría heridas tan severas que posiblemente nos llevarían a un desenlace fatal. Administrar dosis más potentes de medicamentos es peligroso porque, además de poner en riesgo su vida o dejarle secuelas para toda la vida, yo tendría que responder por un error médico ya que un simple análisis de sangre detectaría dosis anormalmente altas de sustancias tóxicas. He estado dándole vueltas y vueltas a su caso y sólo he encontrado una solución posible.
-          Dígame.
-          ¿Cuál es el depredador natural de los ratones?.
-          Los gatos.
-          Pues esa es la solución. Tráguese un gato.    

(continuará)    

martes, 12 de febrero de 2019

Huída hacia adelante (II)


Efectivamente, allí estaba el ratón, intentando salir de un lugar que le era totalmente desconocido. El doctor Fauces no daba crédito. Ni en sus largos años de trabajo ni mucho menos en la facultad se había presentado semejante supuesto. Asistía con regularidad a cursos y seminarios sobre su especialidad pero en ninguno de ellos se abordó un caso semejante. Es que a nadie se le puede pasar por la cabeza que alguien pueda tragarse un ratón vivo, pensaba.

No sabía qué hacer. El paciente no estaba demasiado nervioso ni dolorido como para adoptar una decisión rápida pero, si percibía su total desconocimiento para resolver el problema, con toda seguridad esos síntomas empezarían a asomar. Sin duda, el Sr. Tragacete había optado por elegirle debido a las referencias que alguien le habría dado; hay suficientes especialistas con consultas privadas faltos de pacientes como para que nadie quede desasistido incluso a horas intempestivas. Se encontraba en una encrucijada de la que no sabía cómo salir.

Optó por las preguntas de rigor. Cuánto hace de esto, supongo que será la primera vez, no tendrá Vd. en su dieta semejante manjar, lo sabe su familia (aquí tuvo que aclarar que no se refería a su supuesta afición a comer roedores vivos sino al percance que había sucedido)… No quería insistir en las estupideces que planteaba, que ya eran evidentes para el paciente a la vista de sus gestos y la sorna de algunas de las contestaciones, y optó por invitarle a salir al despacho de consulta con la esperanza de que durante ese corto lapso de tiempo le viniera a la cabeza alguna genialidad que le permitiera salir del entuerto con la mayor dignidad profesional posible.

Sentados, siguieron las preguntas, esta vez con mejor lógica: cómo hizo para tragarlo, cuál era su tamaño, siente dolor en el estómago, padece de alguna enfermedad del aparato digestivo,… El Sr. Tragacete contestó con la mayor tranquilidad que pudo pero ya empezaba a tener la premonición de que aquello iba resultarle más engorroso de lo que en principio pensó. Verá que tengo la boca muy grande, excesivamente grande. Pues además es que cuando duermo tumbado tengo cierta tendencia a hacerlo con la boca abierta debido a vegetaciones de nariz que tengo desde mi nacimiento. Es evidente que mis padres pudieron esmerarse más en el momento de la concepción. No se preocupe, doctor, a mi edad todo esto ya está superado y podemos hablar abiertamente y sin remilgos de todas estas cuestiones. Hace unos días me visitaron unos sobrinos pequeños que habían recibido como regalo unos pequeños ratones blancos, uno cada uno de ellos, y no tuvieron mejor idea que traerlos a casa para enseñármelos. Uno de ellos consiguió escapar y esconderse por los infinitos recovecos y muebles que tengo en casa. Soy anticuario, sabe. Compro y restauro muebles antiguos y comprenderá que en mi casa trastos viejos no faltan. Lugar perfecto para que un pequeño roedor se esconda sin posibilidad de ser localizado. Con mis familiares acordamos que, aprovechando la tranquilidad de la casa cuando se fueran, el animalito saldría de su escondite y yo lo cazaría sin problema. Cuando salieron de casa, fui detrás y en la tienda de animales del barrio compré un roedor parecido y se lo devolví falsamente a mi sobrino. Creo que enseguida reparó que no se trataba del mismo animal porque dijo algo de que el otro tenía una manchita en la tripa y este era todo liso … pero el caso es que con su nuevo ratón se sintió reconfortado del disgusto.

Los primeros días aprovechaba, al mover algún mueble, para rebuscar por los rincones por si apareciese pero he de reconocer que sin demasiado esmero dado el tamaño del ratón. Como tampoco el animal molestaba casi lo había olvidado. Pero mi compañero de vivienda aprovechó esta tarde para hacer una excursión hasta mi dormitorio, trepar por la cama, situarse en mi cara y entrar por la boca aprovechando mi postura y el tamaño del agujero que se le presentaba. Debió quedarse dentro porque yo al incorporarme sobresaltado noté como del propio esfuerzo se me abrió la laringe y algo entraba por allí.

¿Y cómo supo que se trataba del ratón, si no lo vió?, preguntó el doctor. Porque tenía una cola muy larga, replicó el paciente. De hecho intenté cogerla con los dedos pero era tan resbaladiza que me fue imposible. Entiendo, se resignó el médico, viendo que la inspiración y sus conocimientos técnicos no le eran suficientes para resolver el problema.

Empezó a pensar en voz con la intención de compartir del problema, y posiblemente la resolución del mismo, a la espera de que la confluencia de no sé qué factores pudiera ayudarle a dar con una solución medianamente presentable al infortunado paciente.

Lo primero que debemos hacer es matar al bicho pero con la seguridad de que no le matamos también a Vd, masculló. Una vez muerto, y dado el tamaño que me ha dicho que tiene, podrá expulsarlo. Con algún problema pero podrá. Pócimas adecuadas existen pero no quiero que me acusen de asesinato por envenenamiento, dijo socarronamente en un intento malogrado de rebajar la tensión ambiental. También podríamos sedarlo, con un somnífero tomado por vía oral. Con eso lograríamos quitar los dolores que ahora mismo tiene y ganaríamos tiempo para no tomar una decisión equivocada por las premuras.

¿Y operar, doctor? Abrir el estómago y sacarlo de ahí, ¿no sería mejor?. Imposible, si el ratón está vivo, al percibir nuestra presencia, adoptaría un estado de agresividad que incluso pondría en peligro su vida. Y me volverían a acusar de asesinato, rió. Que este segundo chiste sobre el mismo tema no hizo ninguna gracia al paciente, fue tan evidente que incluso tuvo que pedir disculpas.

Bien, haremos lo siguiente. ¿Va caminando?. Si condujera sería más peligroso pero en ese caso tómese este somnífero ahora mismo y cuando llegue a casa tómese un segundo somnífero. Métase en la cama, se dormirá profundamente pero también dormirá a ese maldito animal. Con un poco de suerte, y dado que le estoy dando una sobredosis, sin peligro pero sobredosis al fin y al cabo – no se atrevió, aunque por ganas no fue, a hacer otra gracia sobre muertes violentas  -  Con un poco de suerte, decía, y teniendo en cuenta que los jugos gástricos van a tomar directamente los activos del medicamento y, por tanto, los efectos serán en esa zona mayores, podemos conseguir una dosis que sea mortal para ese animal. Tome, por favor, y cumpla a rajatabla mis instrucciones. Nada más despertar del sueño, sea la hora que sea, me llame para contarme sus síntomas.

Le estoy muy agradecido, doctor. Y perdone por haberle molestado a estas horas. ¿Cuánto le debo?.
Nada, por Dios. De la misma manera que Vd. me ofreció multiplicar la factura si los servicios no eran urgentes, he de reconocer que su insistencia está más que justificada y el que debe disculparse soy yo. Por eso y por la complejidad del caso no le voy a cobrar nada. Resolverlo bien será todo un reto y con eso me doy por satisfecho. Y, sobre todo, no olvide llamarme cuando despierte de los efectos del somnífero que le acabo de administrar y del que debe tomarse nada más llegar a casa. Durarán al menos 8 horas. Así que entre las 8 ó 9 de la mañana debe despertarse,… con el ratón muerto en la tripa, volvió a reir esta vez con mayor prudencia. Hasta mañana.

A las 10,33 h. sonó el teléfono de la consulta.

(continuará)  

miércoles, 30 de enero de 2019

Huida hacia adelante (I)


Cuentan las crónicas que el día 13 de mayo de 1969, martes, a las 20,20 horas, el doctor Fauces recibió una llamada telefónica en su domicilio solicitando de forma urgente sus servicios. Como estaba acostumbrado a recibir este tipo de llamadas profesionales a horas intempestivas, utilizó el protocolo que siempre usaba ante estos inoportunos pacientes. Era una de las servidumbres que debía pagar por no acometer a tiempo del eterno proyecto de separar su domicilio particular de la clínica de consultas pero, por uno u otro motivo, siempre demoraba la decisión de montarla alejada del entorno familiar. La conversación debió ser más o menos así:

-          Buenas noches. Es la consulta del Doctor Fauces.
-          Hola, buenas noches. En efecto, soy el Doctor Fauces pero este no es el horario de consultas. Si precisa de mis atenciones, deberá llamar a este mismo número de 10 a 14 h. o, si prefiere por la tarde, de 16 a 18 h. Los fines de semana no presto servicios. Muchas gracias.
-          Escuche, por favor, doctor. Ya sé que no son horas de molestarle pero tengo una urgencia que me impide esperar a mañana.
-          Ya. Muchos pacientes creen que sus dolencias requieren una atención inaplazable y luego, visto el caso, no precisaban de tanta urgencia. Le insto a venir mañana a mi consulta donde tendré el placer de atenderle todo el tiempo que sea necesario. Hasta mañana.
-          Doctor, doctor, no cuelgue, por favor. Necesito verle esta misma noche… Qué digo: en breve espacio de tiempo, con la mayor urgencia posible. Se lo suplico.
-          Mire, señor….
-          Tragacete. Ismael Tragacete.
-          Sr. Tragacete, salvo caso de peligro inminente de muerte no debería Vd. importunar mis horarios familiares. Y no parece, a la vista de su voz, que esté Vd. en ese caso. Insisto, y perdone si soy demasiado tajante, en que acuda mañana a mi consulta, llamando a este mismo número en el horario que le he facilitado.
-          No se arrepentirá de atenderme ahora, se lo aseguro. Si después de verme sigue Vd. pensando que soy de ese tipo de personas hipocondriacas que sospechan que el menor síntoma o malestar en su cuerpo es el anuncio de un final trágico, está muy equivocado. Le ruego …
-          Lo siento, estaba en este momento sentado a la mesa, cenando. Voy a hacer una excepción con Vd. Deme sus datos y yo mismo le doy una cita previa para mañana , sin que sea necesario que llame a mi consulta. ¿A qué hora le vendría mejor?.
-          Doctor Fauces: si después de atenderme sigue considerando que mi caso no tenía la gravedad suficiente como para que le haya molestado un martes a la hora de la cena, estoy dispuesto a pagarle diez veces los honorarios de una consulta ordinaria. Se lo suplico.
-          Está bien. No lo hago por el dinero – mintió- pero tomo al pie de la letra las palabras que me acaba decir. Comprenderá que no puedo atender a todas las personas que solicitan mis servicios médicos a cualquier hora. ¿Qué síntomas tiene?. ¿Qué le ocurre?.
-          Muy agradecido, doctor. No sabe lo que se lo agradezco. Prefiero no adelantarle nada. Cuando me vea comprenderá todo. Conozco la dirección. Si le viene bien en media hora estoy allí.
-          Bien. Aquí estaré. Espero que la ocasión merezca la pena y no sea todo un caso de falsa alarma. Hasta luego.
-          Hasta luego, doctor. Muchas gracias.

Incluso antes de media hora ya estaba el Sr. Tragacete delante de la puerta de la consulta del Doctor Fauces. Se trataba de una casa coqueta, de dos plantas, con un pequeño jardín en la parte delantera y dos bonitas escaleras que terminaban en sendas puertas. Mirando la fachada diríase que habían dividido la casa en dos partes simétricas, unidas por un amplio mirador de cristal que sobresalía de la fachada. Lo único que diferenciaba las dos macizas puertas de acceso era que, en la correspondiente al ala derecha no había inscripción alguna, mientras que en la otra una placa de letras doradas sobre fondo negro decía, en letras mayúsculas: DOCTOR FAUCES. ESTOMATÓLOGO Y APARATO DIGESTIVO.

Una potente luz amarillenta que dejaban pasar las cortinas traslúcidas iluminaba toda la planta baja del ala izquierda. El resto de la casa estaba en penumbra. Dos recargados faroles alumbraban cada una de las puertas. Sin duda, todos los aspectos de la vivienda-consulta estaban muy cuidados, obteniendo por resultado un aire señorial que daba respeto y distinción a los moradores del inmueble.
A pesar de la urgencia decidió esperar la media hora convenida antes de tocar a la puerta. Sin embargo, a través de una de las dos ventanas iluminadas vio pasar una sombra masculina y dedujo que el Doctor Fauces estaba ya preparado en la consulta, esperando su inoportuna visita. Toco el timbre y, sin que transcurrieran más de diez segundos, abrió la puerta el propio doctor.

-          Buenas noches.
-          Buenas noches. Le vuelvo a pedir disculpas por haberle importunado a estas horas pero ya verá Vd. que la rapidez estaba justificada.
-          Aparentemente no presenta Vd. ningún síntoma de urgencia. Pase y cuénteme lo que le ocurre. Espero que todo esto haya merecido la pena – dijo, pensando ya en la minuta multiplicada con un cero adicionado al final, a la vez que le invitaba a entrar con un gesto de la mano.

Cruzaron una sala de espera con algunos muebles de época y con las paredes cubiertas casi en su totalidad con orlas, diplomas, fotografías y recortes de prensa elegantemente enmarcados. Entraron en un despacho pequeño, amueblado con una sencilla mesa de madera, un sillón de cabezal alto, dos sillones de confidente  a juego y, a un lado de la habitación, una camilla de hospital cubierta con una sábana blanca. Una puerta lateral cerrada con llave debía guardar aparatos propios de la profesión.
-       Bien, Vd. dirá.
-       En fin, me resulta un poco ridículo explicar lo que me ha pasado. No sé cómo empezar.
-       Pues vaya directamente al grano. Así acabaremos antes.
-                 Me he tragado un ratón.
-                 ¿Cómo? ¿Está Vd. bromeando?.
-                 No, no. Me he tragado un ratón.
-                 ¿Vivo?    
-                 Sí, vivo.
-                 A ver, cuénteme cómo ha sido eso posible.
-                 A pesar de la situación, me alegro de que Vd. valore la gravedad del asunto y pueda considerar, deduzco, que mi urgencia no era fruto de ninguna manía.
-                 Desde luego, le pido disculpas si mi comportamiento no ha sido el adecuado y le puedo garantizar que el tema, de ser cierto, merece toda la atención del mundo.  Y a estas horas, por supuesto. Pero no divaguemos más, terminemos los temas protocolarios y cuénteme con todo lujo de detalles lo que le ha ocurrido. No doy crédito.
-                 Como podrá ver Vd. tengo una boca demasiado grande, desproporcionada para las dimensiones de mi cabeza. Esto, a parte de los típicos problemas psicológicos desde niño, me acarrea algún inconveniente en el día a día que he sido capaz de superar sin demasiados problemas por la experiencia adquirida. Además, como podrá comprender, mi apellido nunca me ha ayudado en nada, más bien al contrario.
-                 Desde luego. El mío tampoco le hubiera venido mal. Pero lo del ratón. Vamos al tema.
-                 Pues que me lo he tragado vivo.
-                 Y lo nota ahora en su estómago.
-                 Sí, vivo y arañando. No deja de dar arañazos que me producen un dolor insoportable.
-          Vale. Increíble. Pasemos al cuarto de rayos y veamos al bicho. En esa puerta, por favor.

(continuará)