miércoles, 11 de febrero de 2015

El hombre que vivía la vida de otros (I)


Años después nadie tiene la certeza de lo ocurrido en el macabro suceso del valle de Pusi, cuando un montañero se topó con el cadáver de un travesti devorado por los lobos. Que los restos del Sr. Lánime, hombre de avanzada edad y sin aficiones conocidas al montañismo, vestido de mujer, con ropa absolutamente inapropiada para caminar por la alta montaña (falda corta, zapatos de tacón y capa roja) apareciesen dispersos por una ladera casi inaccesible, con signos evidentes de haber sido atacado por una manada de lobos, ha sido objeto de las más variadas y disparatadas teorías. Desde luego, la policía no tiene ni la más remota idea de lo ocurrido y algunos altos mandos opinan que lo mejor es dar el asunto por zanjado, dada la dificultad para desentrañar el misterio y la nula repercusión que el tema puede tener en terceras personas. “Quizá lo más lógico sería obviar los aspectos grotescos del tema, fundamentalmente el ridículo disfraz que vestía el Sr. Lánime, y cerrar el caso con una muerte violenta por ataque de animales salvajes, al parecer lobos”, sentenció el jefe de la policía.
 
No obstante, un vecino del valle, uno solo, sabía perfectamente lo ocurrido. El Sr. Lánime fue tratado de un trastorno grave de la personalidad por el único psiquiatra del valle, un solterón empedernido dedicado en cuerpo y alma al seguimiento y estudio, que no curación, del puñado de tarados mentales que acudían a su consulta. Y de este selecto grupo de casi amigos, el caso del Sr. Lánime tenía unas connotaciones que no le hacían dudar sobre cuál era su paciente predilecto. Digamos, que en otro tiempo y en otro lugar, fueron una humilde reencarnación de la relación entre Van Gogh y Gachet.

La cruel muerte del Sr. Lánime hizo entrar en un estado de tan profunda depresión a su estimado doctor que escasamente una semana después del fatal desenlace no tuvo mejor ocurrencia que levantarse la tapa de los sesos con un viejo fusil que utilizaba ocasionalmente para cazar. Es evidente que la policía, por muy científica que se apellide, no relacionó ambas muertes, aunque de todos era conocida la estrecha relación entre los ahora cadáveres. Y así, con la muerte de los dos amigos, del paciente y doctor protagonistas de esta macabra historia, se perdieron las únicas evidencias posibles que permitirían aclarar los acontecimientos y dar una explicación lógica a semejante misterio. 
  
No obstante, unos días después de darse el caso por oficialmente cerrado, un chaval del pueblo, curioso y admirador mudo de la extraña relación entre la pareja que con frecuencia paseaba por la ribera del río hablando del origen de los traumas mentales, entró a curiosear en la vivienda del doctor. No le fue difícil acceder al interior porque, tras el cierre del caso y la retirada del acordonamiento policial, nadie reparó en que la cerradura de la vivienda había quedado abierta. Algo normal en un valle tranquilo, donde la comisión de delitos es nula, en el que todo el mundo se conoce por el nombre de pila y en el que los hechos que aquí se recogen supusieron la ruptura de una paz vecinal que había durado siglos. Ni los más viejos recordaban nada parecido que hubiese ocurrido en el tranquilo pueblo.

Su intención no era otra que descubrir algo que le llevara a explicar lo ocurrido al Sr. Lánime. Intentando revolver la casa lo menos posible y sólo auscultando las pruebas que pensaba le podrían llevar a esclarecer los hechos, entre dos libros, uno titulado “La interpretación de los sueños” y el otro “El canyengue”, encontró un cuadernillo muy ajado, medio roto, totalmente garabateado y con infinidad de anotaciones extemporales, rotulado a mano con “El hombre que vivía la vida de otros”, donde parecía que se recogían las vivencias y problemas del Sr. Lánime y algunas teorías sobre el tratamiento más apropiado. De su lectura larga y trabajosa pudo reconstruir con bastante fiabilidad la vida y final del malogrado paciente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario