Efectivamente, allí estaba el ratón, intentando salir de un
lugar que le era totalmente desconocido. El doctor Fauces no daba crédito. Ni
en sus largos años de trabajo ni mucho menos en la facultad se había presentado
semejante supuesto. Asistía con regularidad a cursos y seminarios sobre su
especialidad pero en ninguno de ellos se abordó un caso semejante. Es que a nadie
se le puede pasar por la cabeza que alguien pueda tragarse un ratón vivo,
pensaba.
No sabía qué hacer. El paciente no estaba demasiado nervioso
ni dolorido como para adoptar una decisión rápida pero, si percibía su total
desconocimiento para resolver el problema, con toda seguridad esos síntomas
empezarían a asomar. Sin duda, el Sr. Tragacete había optado por elegirle
debido a las referencias que alguien le habría dado; hay suficientes
especialistas con consultas privadas faltos de pacientes como para que nadie
quede desasistido incluso a horas intempestivas. Se encontraba en una
encrucijada de la que no sabía cómo salir.
Optó por las preguntas de rigor. Cuánto hace de esto,
supongo que será la primera vez, no tendrá Vd. en su dieta semejante manjar, lo
sabe su familia (aquí tuvo que aclarar que no se refería a su supuesta afición
a comer roedores vivos sino al percance que había sucedido)… No quería insistir
en las estupideces que planteaba, que ya eran evidentes para el paciente a la vista
de sus gestos y la sorna de algunas de las contestaciones, y optó por invitarle a
salir al despacho de consulta con la esperanza de que durante ese corto lapso
de tiempo le viniera a la cabeza alguna genialidad que le permitiera salir del
entuerto con la mayor dignidad profesional posible.
Sentados, siguieron las preguntas, esta vez con mejor
lógica: cómo hizo para tragarlo, cuál era su tamaño, siente dolor en el
estómago, padece de alguna enfermedad del aparato digestivo,… El Sr. Tragacete
contestó con la mayor tranquilidad que pudo pero ya empezaba a tener la
premonición de que aquello iba resultarle más engorroso de lo que en principio
pensó. Verá que tengo la boca muy grande, excesivamente grande. Pues además es
que cuando duermo tumbado tengo cierta tendencia a hacerlo con la boca abierta
debido a vegetaciones de nariz que tengo desde mi nacimiento. Es evidente que
mis padres pudieron esmerarse más en el momento de la concepción. No se
preocupe, doctor, a mi edad todo esto ya está superado y podemos hablar
abiertamente y sin remilgos de todas estas cuestiones. Hace unos días me
visitaron unos sobrinos pequeños que habían recibido como regalo unos pequeños
ratones blancos, uno cada uno de ellos, y no tuvieron mejor idea que traerlos a
casa para enseñármelos. Uno de ellos consiguió escapar y esconderse por los
infinitos recovecos y muebles que tengo en casa. Soy anticuario, sabe. Compro y
restauro muebles antiguos y comprenderá que en mi casa trastos viejos no
faltan. Lugar perfecto para que un pequeño roedor se esconda sin posibilidad de
ser localizado. Con mis familiares acordamos que, aprovechando la tranquilidad
de la casa cuando se fueran, el animalito saldría de su escondite y yo lo
cazaría sin problema. Cuando salieron de casa, fui detrás y en la tienda de
animales del barrio compré un roedor parecido y se lo devolví falsamente a mi
sobrino. Creo que enseguida reparó que no se trataba del mismo animal porque
dijo algo de que el otro tenía una manchita en la tripa y este era todo liso …
pero el caso es que con su nuevo ratón se sintió reconfortado del disgusto.
Los primeros días aprovechaba, al mover algún mueble, para
rebuscar por los rincones por si apareciese pero he de reconocer que sin
demasiado esmero dado el tamaño del ratón. Como tampoco el animal molestaba casi lo había olvidado. Pero mi compañero de vivienda aprovechó esta
tarde para hacer una excursión hasta mi dormitorio, trepar por la cama,
situarse en mi cara y entrar por la boca aprovechando mi postura y el tamaño
del agujero que se le presentaba. Debió quedarse dentro porque yo al
incorporarme sobresaltado noté como del propio esfuerzo se me abrió la laringe
y algo entraba por allí.
¿Y cómo supo que se trataba del ratón, si no lo vió?,
preguntó el doctor. Porque tenía una cola muy larga, replicó el paciente. De hecho
intenté cogerla con los dedos pero era tan resbaladiza que me fue imposible.
Entiendo, se resignó el médico, viendo que la inspiración y sus conocimientos técnicos
no le eran suficientes para resolver el problema.
Empezó a pensar en voz con la intención de compartir del
problema, y posiblemente la resolución del mismo, a la espera de que la confluencia
de no sé qué factores pudiera ayudarle a dar con una solución medianamente
presentable al infortunado paciente.
Lo primero que debemos hacer es matar al bicho pero con la
seguridad de que no le matamos también a Vd, masculló. Una vez muerto, y dado
el tamaño que me ha dicho que tiene, podrá expulsarlo. Con algún problema pero
podrá. Pócimas adecuadas existen pero no quiero que me acusen de asesinato por
envenenamiento, dijo socarronamente en un intento malogrado de rebajar la
tensión ambiental. También podríamos sedarlo, con un somnífero tomado por vía
oral. Con eso lograríamos quitar los dolores que ahora mismo tiene y ganaríamos
tiempo para no tomar una decisión equivocada por las premuras.
¿Y operar, doctor? Abrir el estómago y sacarlo de ahí, ¿no
sería mejor?. Imposible, si el ratón está vivo, al percibir nuestra presencia,
adoptaría un estado de agresividad que incluso pondría en peligro su vida. Y me
volverían a acusar de asesinato, rió. Que este segundo chiste sobre el mismo
tema no hizo ninguna gracia al paciente, fue tan evidente que incluso tuvo que
pedir disculpas.
Bien, haremos lo siguiente. ¿Va caminando?. Si condujera
sería más peligroso pero en ese caso tómese este somnífero ahora mismo y cuando
llegue a casa tómese un segundo somnífero. Métase en la cama, se dormirá
profundamente pero también dormirá a ese maldito animal. Con un poco de suerte,
y dado que le estoy dando una sobredosis, sin peligro pero sobredosis al fin y
al cabo – no se atrevió, aunque por ganas no fue, a hacer otra gracia sobre
muertes violentas - Con un poco de suerte, decía, y teniendo en cuenta
que los jugos gástricos van a tomar directamente los activos del medicamento y,
por tanto, los efectos serán en esa zona mayores, podemos conseguir una dosis que
sea mortal para ese animal. Tome, por favor, y cumpla a rajatabla mis instrucciones.
Nada más despertar del sueño, sea la hora que sea, me llame para contarme sus
síntomas.
Le estoy muy agradecido, doctor. Y perdone por haberle
molestado a estas horas. ¿Cuánto le debo?.
Nada, por Dios. De la misma manera que Vd. me ofreció
multiplicar la factura si los servicios no eran urgentes, he de reconocer que
su insistencia está más que justificada y el que debe disculparse soy yo. Por eso y por la complejidad
del caso no le voy a cobrar nada. Resolverlo bien será todo un reto y con eso me doy por satisfecho. Y, sobre todo, no olvide llamarme cuando
despierte de los efectos del somnífero que le acabo de administrar y del que
debe tomarse nada más llegar a casa. Durarán al menos 8 horas. Así que entre
las 8 ó 9 de la mañana debe despertarse,… con el ratón muerto en la tripa,
volvió a reir esta vez con mayor prudencia. Hasta mañana.
A las 10,33 h. sonó el teléfono de la consulta.
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